lunes, 22 de agosto de 2011

La anciana a la que todo el mundo quiere

Es una anciana de piel blanquisima y arrugada, con los ojos azules y limpios, casi transparentes. Tiene la mirada un poco perdida, como de "qué iba a hacer yo ahora". Va en silla de ruedas y su hija, una mujer grande y de pelo corto, la pasea todas las mañanas y habla con ella con infinita dulzura; a veces la deja un rato aparcada en en el kiosko de la Once o en el estanco, mientras hace algún un recado al lado. La gente se acerca a saludar y hacerle cariños a la vieja: piropos, abrazos, caricias, alegría. No se trata de carantoñas como las que se dedican a los niños o a los perros, es como si la conocieran y de verdad mereciera tanta ternura. No sé si ella se entera ni qué ha hecho esa mujer para que la tengan tanta devoción, pero hoy, cuando me las he encontrado esperando el semáforo para cruzar, sin darme cuenta le he puesto la sonrisa más grande del mundo.

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