Hay un tipo comiendo el menú del día en el bar “La Luna”. Habla con una mujer que tiene enfrente, arrastra tanto las consonantes que casi ni las pronuncia, no se le entiende una frase completa. La mujer es una tía muy muy fea, con pinta de chabolista o de La Celsa, pero puede que sea su gestora. Él es fuerte y rudo, se parece a Ed Harris, tiene unos brazos enormes que no son de gimnasio y su tono es déspota y autoritario; por lo poco que descifro tiene gente a su cargo y sabe quien hace bien o mal las cosas y lo qué merecen estos últimos. Es un taller, una fábrica de algo, un muelle de carga y descarga, no sé.
La cocinera sale y les retira los platos, pone el segundo, tira dos cañas, las sirve. Ni la miran mientras despotrican, hablan y beben con la boca llena. Luego pone dos platos de macarrones en la barra del bar, abre un sobre de queso del Eroski y se lo echa a uno de ellos.
Justo en ese momento, entran unas niñas con uniforme de colegio y se sientan a comer en la misma mesa que Edharris. La cocinera le pone los macarrones en la mesa, en el momento exacto, como si fueran parte de una cadena de montaje: es la madre de las niñas y la esposa del hombre bruto.
Algo murmura la niña del plato con queso que provoca la ira del padre: “cuando te digo no es no, y no vuelves a preguntar, ¿entiendes? Que se te meta en la mollera (la señala): no, es no. Si preguntas algo y te digo no y vuelves a preguntar, todo lo que pidas ese día ya es no, sin saber siquiera lo que es. ¿Te queda claro?”. Lo dice muy enfadado pero no a gritos, con el tono de los oficiales del ejército explicando cómo llevar las botas impecables so pena de calabozo. La niña baja la cabeza al plato y, temerosa, coge con la mano una brizna de queso. La cocinera/madre pasa por su lado y la besa fugazmente en la cabeza, es un gesto de cariño tan veloz como el de un mago y pasa desapercibido a los ojos desdeñosos del padre, que sólo mira como su mujer le tira la siguiente caña.
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